4.6.08

Exposición de Ginés

Saludos amigos, os escribo porque el sabado a las 19:00 h. (*ver información en el cartel, muchisimo más abajo) inauguramos en Raza un proyecto de las edicionespneumaticas y Zaunka sobre el negocio discográfico... habrá vino español y dos pinchadiscos de lujo: los increibles Pedro y Tomi. Señora, esto es pisar con garbo y lo demás maltratar el pavimento. (aquí un rollete para el que quiera enterarse de algo:)

Novedades Discográficas.

En 1972, cuando nací, no había tiendas de discos en mi ciudad. Tales objetos, los discos, no se vendían en negocios específicos. Algunos luthiers vendían los de música clásica; en las tiendas de electrodomésticos se vendía la música popular: desde la copla al rocanrol y los boleros. En los grandes almacenes de ropa y complementos podían encontrarse discos de moda y novedades, una selección de apenas un par de estantes. Puede decirse que la música enlatada ocupaba un lugar más apropiado: cerca de los músicos, los tocadiscos y los pantalones tejanos.
En casa no poseíamos ninguno de estos objetos, discos, incluyendo todos los demás formatos que la industria discográfica ha ido explotando. Pero ya estaba cerca la omnipresencia musical. Mi primera pieza en propiedad fue regalo de mi tía, la adquirió en un quiosco. A los ocho años de edad comencé una colección de clásicos del jazz publicada por una editorial especializada en enciclopedias por fascículos. Era una cassette de Ella Fitzgerald, ya que no teníamos tocadiscos.
El espectacular desarrollo de los productos tecnológicos de nuestros días habría hecho imposible que existiese hoy un hogar sin reproductor. Su rápido avance también nos permite ver su próxima decadencia: de las ventanas y balcones cuelgan discos digitales por los que se han pagado incluso derechos de autor, con la única finalidad de espantar a moscas y palomas, animales impasibles que viven sin conflictos las transformaciones del medio urbano.
Para cuando pisé por primera vez una tienda especializada la televisión pública ya emitía videoclips, en la radio había cadenas que sólo programaban música y, pese a ser increíblemente más lento que hoy, se daba un frenético tráfago de discos entre las personas. En los mercadillos circulaban grandes cantidades de copias piratas. Ahora esto ha llegado a un extremo, merced a los equipos domésticos de reproducción, que deja en evidencia a los propios fabricantes y, bien mirado, la mejora en la calidad de los equipos, las grabaciones, etc., sólo ha venido a poner las cosas fáciles a esa parte sumergida del negocio, que en aquellos tiempos ofrecía materiales despreciados por la industria pero de gran utilidad para los aficionados: grabaciones en directo, entrevistas en programas de radio, etc.
En los viajes que hice por aquellos años visité tiendas y mercados de discos de todo el mundo. Había, como digo, graves problemas de distribución, mas no obstante era posible encontrar mercados de discos en rincones en los que la existencia de tocadiscos era imprevisible. Era un modo de encontrar algo nuevo, pero también de constatar que se trataba de un fenómeno muy extendido por casi todo del planeta.
Pasé más de cinco años trabajando en un chiringuito de mi ciudad que antes había sido un puesto clandestino en el rastro y que mantuvo como costumbre nostálgica seguir abriendo al “público” los domingos por la mañana. Allí descubrí algunos usos insospechados de la música, que intentaban dar una dimensión mayor a un fenómeno que, en el mejor de los casos, era algo pasajero y en el peor, una patología.
En las tiendas se podía probar los discos, podías pedir que sonasen algunas canciones. Pero, sobre todo, los discos se ojeaban. Las tiendas ostentaban el cartel “cajas vacías”, para evitar robos, decían. Había una especie de gramática plástica en las portadas que permitía identificar ciertos sonidos: la música clásica utilizaba a los maestros de la pintura hasta los impresionistas; el jazz y los experimentales, las vanguardias de principios del veinte; la electrónica, el diseño industrial y los ordenadores; y el rocanrol, el collage, los tebeos, etc. Todo esto ha desaparecido. Los “walkman” eran unos trastos portátiles pensados para cargar con ellos todo el día. Como complemento se impusieron unas fiambreras que guardaban unicamente los discos digitales una vez desprovistos de su estuche, portada y libreto, por lo que lo que ahora se denomina la edición física del disco quedaba reducida a su minima expresión y contenido.En los modernos reproductores de archivos digitales mp3 de audio puede leerse “artista desconocido. pista 1”, siendo ésta toda la información visual que acompaña a la canción en la mayoría de los casos. No obstante, es significativo que la información aportada por los discos consistiera en fotografías, créditos de todo tipo y datos técnicos complejísimos, como las guitarras y amplificadores usados. Nunca, bajo ningún concepto, partituras cifradas ni alusiones a la escritura musical, acordes, tempos, etc. Está claro que lo importante no es cantar en el tono, sino apretar el play y repetir con los mismos gestos lo que dice el cantante. El videoclip, en ese sentido, daba aún más claves para esa mimetización. Los videojuegos con guitarras de plástico, el Karaoke y las sesiones de fotos de moda juvenil son sólo algunos de los excesos de esta tendencia.
Este puede ser un panorama pseudoapocalíptico: un recorrido lleno de cadáveres que vienen a las playas a morir como grandes cetáceos. Para vacunarme contra la nostalgia vendí mi colección de discos por dos chavos. Hace unos días entré en una tienda para comprar unas carpetas de discos usados, que necesitaba para montar esta exposición. Me cobraron diez céntimos de euro por pieza, vinilo en perfecto estado incluido. Aunque sé que por mis discos están pagando fortunas en las páginas de subastas para coleccionistas, ahora sería incapaz de recordar algún producto con un precio tan bajo.

ediciones pneumáticas


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